La condesa es el barrio de bares y restaurantes, tipo Palermo pero XXL, como todo en México. Hay un lugar al lado de otro por muchas cuadras y todo esta lleno, consecuentemente tardamos un tiempo considerable en estacionar. Cuando lo hacemos, una escena memorable: el trapito que nos consigue el lugar para estacionar se quiere quedar con las llaves del auto (como si fuera un estacionamiento en Recoleta), pero Mariano no quiere, así que el gamuza se lleva el auto y se lo estaciona a una cuadra, donde no va a tener que moverlo para sacar otro coche. Todo por M$ 40 (AR$ 13). Primera vez que veo trapito valet parking.
Entramos a un par de bares pero en todos hay mucha gente y la música esta fuertísima. Nada muy cómodo para la futura madre así que seguimos buscando. Finalmente entramos a un bar de pool y juegos de mesa. Me pido un JW negro (M$ 90, AR$ 30), los chicos unos mojitos y Yamila una Sprite. Terminamos eso y nos vamos porque ya son las 2 y estamos cansados.
En la calle vivimos otra escena maravillosa: a diferencia de Buenos Aires, el control de alcoholemia mexicano consiste en cerrar todos los carriles de una calle dejando solo uno libre, cosa que todos los autos tengan que pasar por el control. Indefectiblemente íbamos al matadero, con la única esperanza que el alcoholímetro (como le dicen allá) diera negativo ya que Mariano había tomado sólo un mojito. Escena aterradora. En México, si el control da positivo no solo te sacan el auto y te aplican multa sino que el conductor va al “torito” (una especie de prisión municipal) por 36 horas. La sorpresa fue cuando llegó nuestro turno. El policía casi metió la cabeza por la ventanilla y dijo: “Buenas noches joven, ha bebido usted hoy?” a lo que Mariano respondió “No señor, no he bebido”. Lo que siguió fue el grito de “siiiiiiiiiga” del cana. Y ya. Glorioso.
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